Gracias, dolor
La vida es amor, generosidad, crecimiento, expansión, placer. Y también es dolor. La vida tiene una parte dolorosa que es inevitable. Y ese dolor es totalmente necesario para poder sobrevivir y seguir adelante. Por tanto, hay que aprender a estimular la consciencia emocional para poder reconocerlo y buscar la manera sana y segura de manifestarlo. Preguntarle a la tristeza, o a la pena, o al miedo qué les pasa, y cuidar de ese dolor. Ya que mientras lo estás cuidando, estás cuidando de ti, velando por tu supervivencia.
Todo esto suena muy raro en una sociedad en la que se valora la “anestesia emocional” y en la que una no se puede permitir estar mal, triste, o tener un mal día. Una sociedad en la que, si alguien no puede escaparse del malestar, lo mejor que puede hacer es esconderse en una cueva para que no contagie a los demás. No nos han proporcionado una educación emocional y somos sordos a nuestras emociones, no las escuchamos, no las reconocemos, no las expresamos. Y esa emoción ignorada, a la larga, y en situaciones muy prolongadas, se puede transformar en ataques de ansiedad, en mal humor, en apatía constante, en depresión… Y es que las emociones no son una opción, sino que son de expresión obligada y necesaria.
Utilicemos la analogía del dolor físico: ¿qué pasaría si no sintiéramos dolor físico? No nos daríamos cuenta de que estamos enfermos o de que tenemos algún problema y no nos trataríamos. Nuestra supervivencia estaría en peligro. Y aunque en la sociedad en que vivimos la “anestesia” también afecta a lo físico, ya que a la mínima que sentimos dolor nos tomamos una pastilla, sí que hay un poco más de consciencia al respecto y la gente no duda en ir al médico enseguida que siente dolor para que reconozca a qué es debido y nos indique el tratamiento necesario.
Con el dolor emocional deberíamos hacer lo mismo que con el físico: escucharlo, buscar a qué es debido y saber qué tratamiento es el más adecuado para nosotros.
¿Y qué pasa si no hacemos caso al dolor? Pues depende de lo grave que sea el problema. Si es algo muy sutil y sin importancia puede desaparecer pero si es lo suficientemente importante, puede tomar el timón de tu vida y acabas viviendo con fiebre, en la inconsciencia… o en coma, en casos extremos.
A esta situación de “anestesia emocional”, se le suma que tampoco nos han educado para tener una actitud adecuada ante los golpes de la vida. ¿Qué hacemos cuando sentimos dolor emocional? Intentar evitarlo y añadirle muchísimo sufrimiento: culpabilidad, remordimiento, impotencia, angustia, tormento mental…
¿Qué sería de nuestra vida si supiéramos qué hacer cuando sentimos dolor emocional y cómo afrontar la situación? ¿Qué pasaría si en lugar de tenerle miedo y apartarlo de nuestras vidas le estuviéramos agradecidos por velar por nuestra supervivencia? ¿Y si en la escuela se enseñara a los niños a conocer y dominar su mundo emocional y a tener una actitud más sana ante los golpes de la vida?